De nuevo ha llegado la noche y con ella mi despertar…
Abro las cortinas y compruebo que la noche sigue desprendiendo ese calor veraniego que apenas deja respirar.
Nefer, se acerca a mí, con ese suave miauff pidiéndome comida. Le abro su latita y en seguida se sitúa en su posición para devorar esa suculenta comida que tanto le gusta. De repente, noté un ligero olor familiar. Hacía años que no lo había sentido. Todo mi cuerpo se estremeció, empecé a notar que mis pechos se endurecían y entre mis piernas, mi sexo empezaba a palpitar de excitación. Era imposible. Ese olor venía de él. Un olor fresco a menta. Era inconfundible. Y cuando me giré, ahí estaba.
Su silueta, de dos metros de alto era inconfundible. La melena negra como el mismísimo carbón, se extendía en sus anchos hombros, dejándose caer sobre su gran espalda.
Sus ojos, grises como la noche más cubierta, me miraron fijamente, haciéndome sentir la mujer más deseada del mundo. ¿Cómo era posible, que aun sintiendo tanto odio hacia él, pudiera excitarme tanto con solo mirarme?
Su sonrisa, dejó ver sus perfectos colmillos, que ahora asomaban entre sus rosados labios, dirigiéndose hacia mí.
- Buenas noches, principessa… cuanto tiempo sin vernos-. Aquella voz casi melodiosa, transmitía poder y sensualidad. Aquel hombre era puro sexo.
- Buenas noches, Giovanni. Hacía una eternidad que no sabía de ti.-. Utilicé un tono sensual hacia él. Yo también sabía utilizar mis armas de mujer y según su cuerpo, y por lo que entre sus piernas se hacía notar, había surgido efecto.
- Estás realmente preciosa-. Se acercaba hacia mí lentamente, con el movimiento de un auténtico felino. -Te conservas muy bien a pesar de tus siglos…- me cogió la mano y se la llevó a sus labios con un suave movimiento mientras yo paralizada lo observaba sin moverme de mi sitio.
- Gracias. Tú tampoco te conservas nada mal. ¿Qué te trae por aquí Giovanni?-. Le pregunté.
- He estado viajando de un país a otro conociendo miles de lugares y descubriendo que hay una nueva raza de vampiros que están haciendo peligrar nuestra existencia, Juliette-. Me explicó Giovanni.
- ¿A qué te refieres?-. Había retirado mi mano de sus labios con un gesto rápido y conciso, para no seguir sintiendo el calor que me estaba produciendo el roce de su piel.
- Siéntate, preciosa mía, tengo que contarte todo lo que he podido averiguar-. Se puso justo delante de mí y sin apartar su penetrante mirada, empezó a explicarme…
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Unos ojos grises ceniza, ausentes de luz y color, se clavaron en los de Juliette. Un temblor recorrió el cuerpo de la joven desde los pies hasta la cabeza, haciéndola permanecer quieta sin poder moverse del sitio mientras sus ojos no podían ver nada más que él.
Giovanni no pudo reaccionar. “¿Que me está pasando?”, en cuanto clavó la mirada en los ojos marrones de aquella joven, todo su cuerpo se tensó, sintiendo una gran erección, que no pudo contener y que luchaba por el espacio dentro de sus pantalones. Sentía una energía que le arrastraba hacia aquel joven cuerpo lleno de curvas y a aquellos ojos inocentes fijos en él.
Comenzó a acercarse hacia donde ella estaba. Su amiga Marina, salió a su encuentro, presentándose mientras Juliette luchaba por poder moverse.
- Benvenuti a Livorno. Me llamo Marina-. Le saludó Marina, mientras le extendía la mano a aquel misterioso marinero.
- Grazie mille signorina. Yo me llamo Giovanni-. Le besó la mano que Marina le había extendido, pero sin apartar la mirada de Juliette. Lo tenía hechizado. Jamás se había sentido así al mirar a una mujer, pero esta joven lo estaba dominando con sólo mirarlo y lo peor de todo es que sentía una gran atracción hacia ella. Su cuerpo le pedía que la poseyera en ese mismo instante… “¡dios mío, si estuviera sola en un callejón la hubiera hecho mía por completo sin ningún tipo de pudor!.... – y está joven que la acompaña ¿es?-. Ahora se dirigía a ella.
Juliette tragó saliva como pudo y extendió su mano hacía la de él, para presentarse también. Aquella voz penetrante la había recorrido por toda su piel, ardiendo en deseo por él. Tenía miedo de sentirlo tan cerca ni que su mano tocara la suya, pero en ese momento por pura inercia su mano fue a acabar dentro de la de aquel hombre.
- Juliette. Encantada de conocerle y bienvenido a la ciudad de Livorno.- No supo cómo le habían salido las palabras. El contacto de su mano con la de él, la había hecho sentir diferente. Jamás había sentido una piel tan fría y a la vez tan suave como la de aquel hombre. Sus pechos se endurecieron y sintió un pinchazo en su entrepierna, como nunca antes había sentido. Toda ella temblaba y su cuerpo había pasado de estar rígido, a ser como una gelatina.
- Encantado Juliette. Espero que me puedas enseñar tu ciudad algún día ya que estaremos aquí durante algún tiempo mientras preparamos el barco para el siguiente viaje-. Le guiñó un ojo, y se acercó la mano de la joven a sus labios lentamente observando en todo momento la reacción de ella. La besó suavemente, dejándose embriagar por el perfume tan maravilloso de la joven. Olía a rosas. Rosas recién cortadas con gotas frescas de rocío sobre sus pétalos rojos como la pasión que estaba sintiendo hacía ella. Junto con ese perfume, también podía oler la excitación que estaba sintiendo esa joven que tenía ante él. Eso le hacía rugir por dentro como si de un animal salvaje se tratara. Tenía que controlarse, no podía dejarse llevar. Juliette notó como aquellos labios también fríos como su piel, se posaban en su mano dulcemente, haciéndola estremecer con una sensación extraña y excitándola al máximo.
“Que bien huele, ¡¡por todos los dioses!!” Giovanni, absorbió el olor de la piel de la joven, conteniendo su gran erección que no le dejaba de palpitar atrapando su miembro entre los pantalones.
Aquel hombre le daba miedo, tenía un halo de misterio que lo envolvía y esa mirada penetrante y tan oscura le hacía desconfiar, pero a la vez, sentía esa excitación y atracción hacia él, como si pudiera hechizarla con solo tocarla o mirarla como lo había hecho. No podía seguir parada mirándolo como si no hubiera visto nunca a ningún hombre.
- Le presentaré a mi familia, señor Giovanni-. Se giró para buscar a sus padres y a su hermano, cuando él la agarró por la muñeca girándola hacia sus ojos.
- Giovanni, princesa. Sólo Giovanni-. Ella asintió, sin poder siquiera separar sus labios para pronunciar ni una sola palabra. Necesitaba tocarlo, besarlo… “por favor Juliette, reacciona” ese hombre era pura pasión y ella estaba a punto de entregarse sin conocerlo.
Marina la observaba de reojo mientras no dejaba de mirar a Giovanni.
Se dirigieron hacia Marcelo, Silvio y Paula, que estaba hablando a unos metros con dos marineros más de la tripulación para presentarle a Giovanni.
- ¿Se puede saber qué te pasa Juliette?-. Le preguntó Marina a su amiga con un tono muy bajo para que no pudieran escucharlas. – Te has quedado sin palabras, y ¡eso es muy raro en ti, cariño!-.
- No lo sé, Marina. Me siento muy rara, y ese hombre… no sé, es como si me hubiera embrujado…-. Ni ella era capaz de describir lo que estaba ocurriéndole.
- ¡Sí claro! ¡Embrujada! ¡Eso es lo buenísimo que está! ¡Que está para cogerlo y hacerle!… mmm... ¡dios mío que hombre!-. Le contestó su amiga tan expresiva como siempre.
- La verdad es que parece un dios. Es imposible que pueda desprender tanto poder y sensualidad y además... ¿te has fijado lo grande que es?- No podía apartar los ojos de aquella espalda que tenía delante de ella y esos movimientos al andar de aquel hombre.
- ¿¡¡Cómo no me voy a fijar alma de cántaro!!?? Ojalá pudiera sentirlo encima de mí.
- ¡Marina, por todos los dioses!-. Se enrojeció pero no por lo que había dicho su amiga, sino por lo que ella misma había vislumbrado en su imaginación. Su cuerpo totalmente desnudo cubriendo con todo su peso y toda su fuerza el cuerpo de ella, y embistiéndola sin parar.
- ¡Venga ya, Juliette! ¿Cuándo vas a desinhibirte un poco y catar varón?-. Le preguntó su amiga soltando una carcajada.
- Cuando llegue el momento Marina, cuando me sienta preparada, te lo he dicho miles de veces, y cambiemos de tema que están mis padres aquí-.
Giovanni, gracias a su afinado oído había escuchado lo que había dicho la muchacha, y no pudo contener una pequeña sonrisa al escuchar que Juliette era virgen sintiendo el enorme deseo de poder ser el primer hombre de Juliette.
- ¡Bienvenido! Me llamo Marcelo. Este es mi hijo mayor Silvio y mi esposa Paula. ¿Ya veo que has conocido a mi pequeña Juliette? ¡La princesa de mi casa!-. Le saludó Marcelo junto con su mujer e hijo. El padre de Juliette era un hombre de cabellos blancos por la edad pero que aún mantenía un buen aspecto físico. Siempre había trabajado en la construcción de nuevos edificios en su ciudad. Tenía los ojos color miel y a pesar de su semblante serio era una bellísima persona.
- Muchas gracias familia. Gracias por este caluroso recibimiento. Y sí. Ya he conocido a la princesa. Una verdadera belleza su hija, madamme… ya veo de donde ha sacado Ese físico tan encantador…- le dedicó una sonrisa a Juliette, mientras le besaba la mano a Paula. -Ha sido un largo viaje y apenas hemos podido descansar. Les ruego me disculpe, tengo que buscar al capitán para ver donde podremos alojarnos. Ya está amaneciendo y nos comentó que nos buscaría alojamiento en este barrio.
- Si, joven. Ya hemos hablado con el capitán y hemos ofrecido nuestra humilde casa para que pueda quedarse uno de ustedes. – le comentó Marcelo. -Todos los vecinos han ofrecido sus casas para poder alojaros a todos, así podréis instalaros y conocer mejor nuestra ciudad.
Juliette que estaba junto a ellos, empezó a sentir palpitaciones en el pecho. Deseaba que Giovanni fuera quien se alojara en su casa, para poder tenerlo cerca, no soportaba la idea de que se alejara y no pudiera sentirlo. Era como si dependiera de él.
- Les agradecemos mucho lo que hacen por nosotros pero les daremos mucha faena, Sr. Marcelo. Somos muchos y además nuestros horarios están cambiados con el trabajo del mar. Cuando ustedes duermen, nosotros estamos despiertos y durante el día es cuando descansamos. No sé si será buena idea-. Sonrió Giovanni mientras miraba a Juliette. Por un lado estaba deseando poder estar cerca de ella, pero por otro no con- fiaba en él mismo, en esa atracción tan grande que le estaba provocando esa jovencita. Sabía que podía hacerle daño y jamás se lo perdonaría si eso ocurría. Aquella joven era tan frágil y desprendía tanta inocencia que no soportaría la idea de causarle ningún dolor.
- ¡Tonterías joven! No tenemos ningún problema, ya lo hemos hablado con el Sr. Dominique y hemos acordado esto. Así que si lo desea Sr. Giovanni, queda usted invitado a nuestra humilde morada para poder descansar los días que estén en Livorno.
- Muchas gracias Sr. Marcelo. Son ustedes muy amables. Se lo agradeceré siempre.-. Le abrazó Giovanni a Marcelo. En aquel momento no supo que hacer. Tenía que aceptar a su invitación, pero lo que no sabía aquel hombre era que estaba metiendo a un ser que estaba salvajemente atraído por su hija en su propia casa.
- ¡Pues, andiamo!-. Respondió su hermano Silvio, mientras le cogía la bolsa del equipaje.
- Vamos a casa, que supongo que tendrá hambre y necesitará acomodarse un poco-. Le sugirió Paula.
Giovanni miró a Juliette de nuevo, mientras se dirigían todos juntos a casa de los Bounarotti. ¿Veía pasión en los ojos de la joven? Era posible que estuviera excitada por él. Desde luego que él podía oler su excitación. Estaba excitada cuando la había tocado, cuando la miraba… ¿también ella estaba sintiendo esa atracción por él? “No puede ser, eso no puede estar ocurriendo. Ella es una humana y yo soy… un vampiro, y no estoy utilizando mi influencia para entrar en su mente”.
Cenaron todos juntos en la mesa, mientras Giovanni explicaba aventuras de sus viajes y todos reían al escucharlas.
Giovanni no podía apartar los ojos de Juliette, y ella tampoco de él. Miraba sus labios, como se movían cuando hablaba. Cuando sonreía era el hombre más sexy que había conocido jamás. Su fuerte pecho vibraba al ritmo de sus sonoras carcajadas a través
de su camisa fina de lino marcando sus grandes pectorales y esas manos tan grandes y fuertes, aguantaban la copa de vino con una delicadeza, que Juliette, solo podía fantasear con sentirlas en su piel.
Avanzada la noche, Juliette se despidió de sus padres y hermano y del misterioso invitado, y subió a su habitación a acostarse. Al día siguiente tenía que ir a la escuela y no podía acostarse muy tarde.
Desde su cuarto podía escuchar la voz de Giovanni que seguía conversando con su padre en el comedor y con esa maravillosa música cerró los ojos para intentar dormir.
De madrugada, se despertó con una sensación de frío. Ya no se escuchaba nada en casa, pensó que ya estarían todos durmiendo. Pero sintió un escalofrío en la nuca que la hizo levantarse de la cama y ponerse una bata. Al moverse por su oscura habitación, escuchó la respiración de alguien. Había alguien en su habitación y no podía ver nada.
Unos ojos color rubí, como el mismo fuego, aparecieron en la oscuridad, trayendo a Giovanni hacia ella. “¡Dios Santo! ¿Qué le ocurre a sus ojos? ¿Por qué son rojos? Y ¿Qué hace en mi habitación? ¿Qué hago?” Se preguntó Juliette. Por un lado quería gritar del miedo que le estaba haciendo sentir ese hombre a oscuras en su cuarto, esos ojos rojos que la miraban fijamente… pero a pesar del miedo, se sentía como un imán que la atraía hacía él.
Encendió una vela que tenía sobre una mesita, junto a su cama para poder verlo.
- ¿Qué… que haces aquí, Giovanni?-. Le preguntó con una voz que apenas se pudo escuchar. - ¿Por qué tus ojos están… tan rojos?-. Estaba terminando la pregunta cuando vio que los ojos de Giovanni volvían a tener el mismo color gris de siempre.
- ¿Rojos? Lo habrás imaginado… pero perdona, principessa… no era mi intención asustarte…pero no podía dormir y necesitaba verte-. Estaba segura que había visto sus ojos de un rojo intenso, no había sido imaginaciones suyas. Y ahora ese hombre se estaba acercando peligrosamente a ella. Y lo peor es que ella no era capaz de moverse.
Cuando Giovanni entró en la habitación de Juliette, y la vio durmiendo en su cama, tuvo que hacer lo posible para no cubrir con su cuerpo el de aquella joven que le estaba haciendo perder el norte. Las curvas de Juliette, y el calor de su joven cuerpo, a través de las sábanas, le hacían sentir como un auténtico depredador. Sus incisivos salieron a través de su carne y le dolían por el hambre que aquella joven le estaba haciendo sentir.
Lo peor de esa situación, es que no sólo despertaba el apetito de su sangre, sino que además lo estaba volviendo loco de la excitación y las ganas de poseerla y hacerla suya cuando la sentía tan cerca de él. “Mía” pensó. Sólo para él. La necesitaba aquí y ahora y no sabría si podría controlarse como siguiera observándola y sintiendo su sangre palpitar por aquellas tiernas venas.
- Giovanni… no puedes entrar en mi habitación.- Sin pensarlo, dio un paso hacia delante, y ahora se encontraba a escasos centímetros de aquel hombre que despertaba en ella una pasión incontrolable.
Tuvo que levantar la cabeza, para poder mirar aquellos ojos plateados que tanto la estaban martirizando con todo ese calor que desprendían. Ese hombre era verdaderamente alto. Alto y grande. De anchas espaldas, fuertes muslos y poderosos brazos. Inmediatamente, notó una mano fuerte deslizándose por su brazo. El roce de Giovanni la electrizó por completo, recorriéndola de arriba abajo. En ese momento, quería más. Giovanni, no pudo contenerse y tuvo que tocarla. Desde que la había visto en el puerto, y le besó la mano, sólo había tenido en su mente volver a tocar y acariciar esa piel. Sentir el calor que desprendía. Se mordió en el labio y una gota de sangre entro en su boca. Fue la única forma de contener su impulso de despojarla de su ropa y hacerle el amor en su propia habitación, en su casa.
Juliette gimió al notar que la mano de Giovanni se deslizaba hacia su espalda, atrayéndola hacia él, y al ver la reacción que había tenido ella, la apretó contra su cuerpo y bajó su cabeza hacia la de ella para buscar sus labios. Así fue como aquellos labios sedientos por los de la joven, los atraparon en un beso de pasión. Si pensaba que olía bien, ahora estaba cayendo en la locura de su sabor. Su lengua buscaba la de Juliette de forma desesperada. Aquella boca tenía la dulzura de la inocencia. Era tierna, suave y su sabor lo estaba volviendo loco. La apretó hacia ella y fue una unión maravillosa.
Aquella joven encajaba con él a la perfección. Ambos se entregaban en un beso que parecía que no iba a acabar nunca.
Ella se sentía mareada. Embriagada. Extenuada. Jamás la habían besado de aquella manera. Aquellos labios fríos, escondían una boca cálida y acogedora. Aquella lengua la estaba haciendo delirar. Las piernas le habían empezado a fallar, pero entonces la había apretado contra él con fuerza, sintiéndose cobijada. Protegida. No quería salir de allí nunca. “¡Cielos! ¿Cómo es posible que eso sea su erección?” Giovanni se había encajado entre sus muslos con su miembro duro, que ella al notarlo justo delante de su sexo le hizo sentir un fuerte pinchazo de excitación.
“¡No, Giovanni, no! Debes separarte de ella”. Una voz le avisaba que debía separarse de Juliette, borrarle la memoria y marcharse de allí o esto llegaría a ser muy peligroso. Un temblor por todo su cuerpo la avisó de que estaba en peligro. Aquel hombre a pesar de tanta dulzura y suavidad, le provocaba una sensación de amenaza. Así que se separó rápidamente de él y se alejó todo lo que pudo. Giovanni la miraba quieto en el lugar donde todo había ocurrido y notaba como su respiración estaba totalmente descontrolada. Aquella luz roja que desprendían sus ojos era más ardiente que antes. Y sin ninguna explicación ni comentario hacia lo que había ocurrido salió de su habitación dejándola totalmente sola.
No podía creerse lo que acaba de pasar en su habitación. Aquel hombre había entrado y la había besado como nunca antes la habían besado. Y de nuevo había visto como aquellos ojos plateados, se inyectaban en fuego, antes de que él abandonara su habitación.
Jamás había sentido lo que aquel hombre le había hecho sentir. Se tumbó en su cama, con la respiración agitada y se hizo un ovillo agarrándose las piernas con sus brazos. Su cuerpo estaba totalmente excitado. Notaba pinchazos que nacían en su vientre y bajaban a su entrepierna. Ni con Valentino sentía eso, ¿Cómo es posible que aquel extraño despertara en ella tal sentimiento? Si no hubiera sido por la sensación de alarma que había sentido, se habría entregado a él, en cuerpo y alma. Era lo que verdaderamente sentía, anhelaba que la hubiera tocado por todo su cuerpo. Que la hubiera hecho suya esa noche. “Juliette, por favor, no puedes entregarte a ese hombre, ¡ni siquiera lo conoces por dios!”. Fue el último pensamiento que tuvo antes de cerrar los ojos.
¿Que tenía aquel hombre que despertaba en ella las más prohibidas e inhóspitas sensaciones?
Aquella mirada penetrante, aquellos labios, aquellos brazos rodeándola y ese miembro deseoso de su cuerpo… no podía borrarlos de su mente. ¿Por qué se sentía tan rara?
¿Quién era aquel hombre que irradiaba tanto misterio?
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- A pesar de ser inmortales como nosotros no son vampiros normales, se llaman snaiders. - me explicaba Giovanni- Por lo que he podido averiguar, gracias a un snaider que pude atrapa pude sacarle algo de información, están siendo creados por Erwan. Él es uno de los vampiros más antiguos, se dice que es un original, fue creado de la sangre más pura de nuestros padres y creadores egipcios, Osiris, Isis, Seth y Neftys. Él es el que está creando estos vampiros pero lo está haciendo con la ayuda del dios Seth. Los están creando para asesinar y atacar a la especie humana. Se alimentan de sangre, no utilizan un comportamiento civilizado y actúan sin discreción. Van dejando cadáveres a su paso y además en muchos países los gobiernos están empezando a actuar y a tomar medidas sobre los asesinatos-.
- ¡No puedo creerlo Giovanni! -. Es lo único que pudo salir de mi boca. - Esto que me estás contando es algo que se escapa de nuestras manos. ¿Qué podemos hacer contra ese tal Erwan? ¿Y un dios antiguo? Son mucho más poderosos que nosotros ¿Cómo vamos a poder hacer para detener esto?-.
- Por eso he venido a verte Juliette. Necesitaba explicártelo y poner algún plan en marcha. Eres una vampira antigua, y necesito tu ayuda y tu fuerza para intentar luchar contra ellos-. “A parte de que no puedo estar lejos de ti, de tu cuerpo, y de dejar de sentir lo que siento cuando no te tengo debajo de mí…”
- ¿Me estás diciendo que iniciemos una guerra entre vampiros?-. En ese momento no sabía que pensar. Me había bloqueado por completo.
- Sí, Juliette. Será lo mejor. Tendremos que hacer algo. No podemos arriesgarnos a que nos descubran, ni permitir que se estén creando semejantes sin control y que invadan ciudades enteras, cubriéndolas de cadáveres a sus pasos-. Su rostro enrojecido mostraba impotencia algo que jamás había visto en el rostro de Giovanni desde que lo había conocido. Verdaderamente estábamos en un grave problema.
- Giovanni, no sé si estoy preparada para esto que me pides. Soy fuerte para matar a vampiros como nosotros pero no tan poderosa para combatir contra dioses-. Pensé enseguida en cómo había matado en más de una ocasión a vampiros que se habían enfrentado a mí y no me había sentido nunca bien por ello.
Había varias formas de matar a un vampiro. En los libros y en las películas de la actualidad habían tratado el tema de la muerte de un inmortal de varias maneras. Desde la estaca en el corazón hasta el agua bendita; pasando por plata, crucifijos y fuego. Solo pensar en el fuego me hizo estremecer. El fuego era mortal para nosotros y la estaca en el corazón; junto con el sol y la decapitación, era lo que podía matarnos.
El tema de la plata, sí nos hacía daño, pero no era algo mortal. El agua bendita, hoy en día no nos hacía absolutamente nada. Nos podíamos bañar en ella si queríamos, porque a día de hoy no había curas lo suficientemente poderosos para bendecir el agua a través de dios.
Y los crucifijos, pues un bonito adorno, para quien le guste. Hay muchísimas leyendas de vampiros, pero pocas son reales.
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Después de salir de la habitación de Juliette, Giovanni tuvo que marcharse de casa y adentrarse en la oscuridad de la noche. Por aquellas callejuelas encontraría a alguien que pudiera quitarle esa hambre que sentía.
¡No podía creer lo que acababa de hacer! “¿Qué me ha pasado esta noche? ¿Por qué he entrado en su habitación? ¿Por qué no he borrado su memoria?”. Se sentía enfadado. Estaba reprochándose su actitud tan salvaje y tan irresponsable. Debía de haberle borrado la memoria a Juliette. Ahora ¿Cómo iba a mirarla sabiendo lo que había pasado en su cuarto? ¿Y si ella se lo contaba a sus padres? “Estoy acabado, se lo dirán al capitán y perderé todo lo que he conseguido hasta ahora. Todo por una joven.” Cruzó varias calles y se adentró en un callejón donde había escuchado a una pareja discutir. Se paró a la entrada del lugar, y los observó. Parecía que ella le estaba reprochando algo a quien se supone era su pareja, y ahora él le estaba pidiendo perdón y rogándole una segunda oportunidad.
Despacio se acercó hasta donde estaban y le preguntó a la joven si necesitaba ayuda. Era una mujer alta, esbelta y con un cabello negro largo. Tenía un rostro bonito, aunque apenas había luz por las antorchas que prendían en la calle, él tenía una gran visión en la oscuridad que le permitía atacar a sus víctimas.
- ¡Eh tú! ¿Quién te has creído que eres para meterte en una discusión de enamorados?-. Le reprochó el hombre a Giovanni.
Era un hombre más bajo que la mujer que tenía al lado, ataviado con un abrigo oscuro, tenía el rostro muy delgado y ahora lo miraba con ganas de lanzarse a pegarle si no se iba.
- Perdona, pero le he preguntado a la señorita. -. De nuevo se dirigió a ella.- ¿Se encuentra bien? ¿Desea que la acompañe a su casa?-.
- ¡Pero bueno! ¡Ya está bien!-. Se lanzó el hombre a por Giovanni desplazando su brazo para asestarle un puñetazo.
Giovanni, lo esquivó, agarrando al hombre por la cabeza y con un rápido movimiento, clavó sus incisivos en el cuello del hombre haciéndolo gritar de dolor. Bebió de su sangre rápidamente mientras la mujer gritaba más fuerte que su pareja y con un giró salió corriendo lejos de los dos.
Dejó el cadáver del hombre en el suelo y en un segundo se encontraba delante de la mujer que no paraba de gritar y lloraba desesperadamente.
La agarró y le tapó la boca, mientras entró en su cuello y la devoró con tanta fuerza, que ese débil cuerpo empezó a crujir. Estaba aplastándole los huesos mientras la agarraba y cuando ya dejó de latir su corazón la dejó caer.
Se sentía saciado de sangre, pero su cuerpo aún reclamaba sexo. Aún reclamaba el cuerpo de Juliette. No podía sacársela de la cabeza.
Se deshizo de los dos cadáveres, agarrándolos y colgándoselos a su espalda. De un salto, voló hacia el cielo y se dirigió mar adentro para deshacerse de los cuerpos y no dejar rastro de lo que había ocurrido.
Cuando acabó, se marchó de vuelta a casa del Sr. Marcelo y sin hacer ruido subió a la habitación que le habían dejado ocupar durante los días que estuvieran en Livorno. Pasó por delante de la puerta de la habitación de Juliette y se paró. Podía olerla desde fuera. Sentía ese olor tan maravilloso a rosas y podía escuchar los latidos de su corazón, que palpitaban lentamente. Ella ya estaba relajada y descansando.
Apoyó la frente en la puerta de la habitación de la joven, conteniendo los impulsos de entrar. “¿Qué me has hecho, Juliette?”… y se dirigió hacia su cuarto para descansar. Ya pronto amanecería y debía asegurar que ningún rayo de sol entrara en la estancia mientras él descansaba.