“Juliette… Juliette… ¿Dónde estás? ¿Por qué me has dejado solo?”
- ¡Giovanni!-. Grité. Cuando abrí los ojos, estaba tumbada en una cama, en una habitación que jamás había visto.
Miré hacia todos los lados, pero no lo vi. Giovanni no estaba allí. Lo había soñado. Había escuchado su voz que me llamaba cuando desperté de golpe.
Intenté incorporarme, tenía que ir a buscarlo. Pero no pude. Mi cuerpo no me acompañó. Carecía de fuerzas. El hambre luchaba en mi interior, ardiendo en lo más hondo de mí. No sabía cuánto llevaba dormida.
La puerta se abrió, y entró Sigfrid, sosteniendo una bandeja con ambas manos, en ella había, una jarra y un vaso. Sangre. Pude olerla en cuanto entró.
- ¿Cómo estás bella durmiente?-. Me preguntó sentándose junto a mí, hundiendo con su peso el lado de la cama.
- ¿Dónde…?-.
- Estamos en la base de Gédéon. Nos hemos alojado en su casa. Cuando te sacamos de allí, regresamos aquí, a su base, para descansar y recuperarnos-.
- ¿Cuánto tiempo llevo aquí?-.
- Una semana. No has despertado hasta ahora. Derian ha tenido que transferirte mi sangre, para no perderte. Has estado muy débil. He escuchado tus gritos y he subido a verte. Pensé que tendrías hambre, por eso te he traído esto.- Llenó el vaso con sangre de la jarra, y me lo acercó. Me lo bebí de un trago. Volví a dárselo y lo volvió a llenar.
- La jarra.- le pedí. No podía estar bebiendo a vasos porque la sed de sangre me estaba consumiendo por dentro.
- Juliette, debes beber poco a poco. Llevas una semana sin alimentarte…-.
Antes de que terminara la frase me había abalanzado contra Sigfrid, colocándome encima de él, con los colmillos totalmente afuera y los ojos encendidos en llamas.
- ¡Está bien! Pero tranquilízate ¿quieres?-. Me dijo Sigfrid. Inmediatamente, me levanté y cogí la jarra para beber directamente de ella. Esa sangre no era para nada agradable a mi gusto, supuse que sería de algún animal, pero era necesaria para volver a coger fuerzas.
- ¿Dónde está Giovanni?-.
- Juliette… Giovanni ha muerto.-
- No, Sigfrid. Giovanni no ha muerto. ¿Dónde está su cuerpo? Debo recuperarlo para salvarlo.- Me levanté de la cama y me dirigí hacia la puerta. –
- Su cuerpo se quedó allí-.
- ¡Maldita seas Sigfrid! ¿Cómo pudisteis dejarlo allí? ¿Cómo?-.
- ¡Joder, Juliette! ¡Había muerto! ¡Giovanni está muerto!-.
- No… no… eso no es posible… Tengo que salir de aquí. Tengo que ir a por él.-
- Juliette, primero recupérate ¿vale? Y luego yo personalmente te acompañaré allí.- Me contestó Sigfrid.
Me quedé quieta mirándolo. Tenía razón. Me sentía muy débil aún, apenas podría volar hasta que no cogiera más fuerzas.
- ¿Por qué me has traído a la base de los licántropos? – le pregunté.
- Por lo que te he dicho antes, y porque es el único lugar donde podíamos estar vigilados y protegidos durante el día. No encontramos rastro de Erwan, y no sabemos dónde puede estar, ni que puede estar planeando, así que tenemos que estar en alerta continua.-
- ¿Querrás decir, donde yo pueda estar vigilada, no?-. Sigfrid bajó la mirada- ¿Qué pensáis, que me voy a entregar al sol para arder en llamas?-
- Pensé que…-.
- Sigfrid, cuando quiera acabar con mi vida, lo haré, y ni tú, ni nadie podrá detenerme. Que te quede claro-.
- Como quieras. – Me miró y pude ver tristeza en su rostro. – Ahí te he dejado ropa que me ha dado Adrienne para ti. Te vendrá bien una ducha, te esperamos abajo.- Se levantó y se fue.
Así hice. Cuando Sigfrid salió de la habitación me dirigí al lavabo y me metí en la ducha. Era un alivio sentir caer el agua caliente por mi cuerpo.
Giovanni.
No pude evitar ver su cuerpo inerte cuando cerré los ojos. ¿Cómo había podido pasar? Giovanni muerto. No, no podía ser. Era imposible. Lo sentía dentro de mí, aún. Mi vínculo con él, no había desaparecido.
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Hacía más de un siglo que Juliette no volvía a Florencia. Se encontraba en el año 1690. Se había convertido en una vampira de 116 años, despiadada y sin ningún ápice de moral en su interior. Sólo quería alimentarse y matar. Era lo único que la mantenía “viva”.
Después de todo lo ocurrido en su vida había vuelto a aquella ciudad que tanto le había dado y tanto le había quitado.
La inmortalidad junto a Giovanni… la pérdida de su hijo…
Había vivido la muerte de sus padres, de su hermano… de todos sus seres queridos. Había huido de Escocia, tras matar a Leonard. Acogida en el castillo de Markus durante un tiempo y luego vagabundeando por el mundo, sin rumbo ni destino.
Era un alma perdida. Totalmente sola.
Lo peor había sido asistir al funeral de sus padres, sin haberse podido despedir de ellos. Pero era imposible presentarse con la apariencia de veintiún años, después de haber transcurrido cuarenta desde que se marchó de Livorno. Los primeros años pudo volver a verlos, y explicarles que todo le iba muy bien, pero no podía seguir visitándolos según iban pasando los años, cuando todos envejecían menos ella. Así que pasó a comunicarse con cartas, hasta que ya tuvo que romper totalmente el vínculo familiar fingiendo su propia muerte en un accidente, y visitarlos a escondidas para saber que seguían bien y que no les faltaba nada.
Aquel día en el cementerio, observó de lejos a su hermano Silvio. Era un hombre de casi sesenta años, que estaba enterrando a su padre. Suzanne estaba con él a su lado, tampoco había rastro de aquella joven que Juliette conoció. Junto a ellos había un hombre alto y apuesto, de unos treinta años, que le recordó a Silvio cuando era joven. Era su sobrino.
Juliette, estaba escondida detrás de una lápida, observando de lejos. Hacía dos años que habían enterrado a su madre, y ahora tocaba dar sepultura a su padre. Su rostro estaba cubierto de lágrimas, rojas como rubíes, que reflejaban la pena que estaba sintiendo en esos momentos. No podía compartir ese dolor con su hermano y eso la estaba matando por dentro.
Terminado el funeral, salió de allí, para partir hacia Florencia. Pero antes de irse, se volvió para mirar en dirección a unos árboles que había al final del cementerio. Le había parecido ver una sombra, moverse. Una sensación familiar le recorrió el cuerpo. ¿Era Giovanni? No, no podía ser él. ¿Por qué iba a venir ahora allí? ¿Por qué querría aparecer de nuevo en su vida?
Descartó la idea y salió en dirección a la ciudad renacentista.
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Salí de la ducha. Me sequé el cuerpo y me cepillé el pelo. Me puse la ropa que me había dejado Sigfrid, de Adrienne. Era un pantalón gris de chándal y una camiseta blanca de manga corta. No cogí la sudadera. Me calcé unas deportivas que casualmente eran de mi número y salí de la habitación.
Todo estaba iluminado con luz tenue. Supuse que a los lobos también les molestaba la luz en exceso.
Era un lugar acogedor. Había ventanas con cortinas; cuadros en las paredes… parecía un auténtico hogar.
Cuando llegué al final de las escaleras vi a Markus. ¿Qué hacía él aquí también? Me pregunté.
- ¡Juliette! ¡Por fin!-. Se acercó a mí y me abrazó.- ¿Cómo te encuentras?-.
- Si te digo que como una mierda, ¿me creerás?-. Le dije, pero en ese momento me quedé petrificada cuando vi a Lícide a su lado, frente a mí.
- Lícide…- susurré al verla. Me recordó todo lo que había pasado en Egipto. Los neófitos; la lucha; el dios Seth. Giovanni.
Estuve a punto de caer al suelo, cuando noté los fuertes brazos de Markus, sujetándome para impedir que cayera.
Grité. Lloré. Exploté por completo. Todo lo que había en mi interior era Giovanni. Y ya no tenía nada. Ya no quería seguir viviendo.
- Tranquilízate Juliette, por favor.- Me decía Markus mientras me sujetaba. - ¡Sigfrid!- escuché que gritaba.
- ¡Oh dios, Juliette!-. Se acercó Sigfrid, corriendo hacia mí. – Ya está, por favor, cálmate.
- Llevadla al sofá. Voy a hacer lo posible para que se calme-. Dijo Lícide.
Markus me llevó hacia donde Lícide le había dicho y me dejó despacio. Noté la mano de Lícide que se posaba en mi frente. Y en ese momento, dejé de sentir dolor. Todo desapareció. Sólo sentía paz y tranquilidad. Cerré los ojos y respiré despacio. No quería volver a abrirlos. Quería quedarme allí, en la oscuridad, sola.
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A finales del siglo XVII aquella ciudad seguía siendo un lugar fantástico, aunque a Juliette la sensación de felicidad que le había aportado aquella ciudad hace años, ahora estaba totalmente desaparecida en su interior.
A pesar del aire frío que comenzaba a hacer en diciembre, la noche permitía caminar y disfrutar de un agradable paseo, en soledad. Los humanos no salían con temperaturas tan bajas a pasear y menos a esas horas de la noche. Juliette no tenía problemas con las temperaturas, su cuerpo ya estaba frío de por sí.
Por suerte para ella, y por desgracia para los humanos, encontró a una pareja que avanzaba abrazada por las calles desiertas de aquella ciudad.
Juliette sintió como sus colmillos salían de sus encías y como aquellos dos corazones humanos bombeaban una cálida y sabrosa sangre, de la que solo olerla se le hacía la boca agua.
Se acercó sigilosamente y agarró por sorpresa al hombre mientras la acompañante profería un grito de auxilio. Inmediatamente y sin soltar al hombre, Juliette agarró el cuello de la mujer con una mano para ahogar su grito y clavó letalmente sus incisivos en el cuello de la humana. Todo aquel fluido mortal penetró en la garganta de Juliette transportándola al paraíso.
Bebió hasta que el corazón de la joven dejó de palpitar y tiró el cadáver al suelo. Mientras, el hombre había estado viendo toda la escena pero tal y como Juliette lo tenía sujeto no podía ni moverse ni gritar, solo le había quedado esperar su turno. Y así fue, en cuanto la vampira acabó con la fémina, se dedicó completamente a su humano.
Aquellos ojos de horror y miedo, le proporcionaban a Juliette una sensación de superioridad y de excitación. No podía evitar sentir júbilo al contemplar el pánico en los ojos de aquel débil humano mientras ella se acercaba despacio, con su barbilla cubierta de sangre, hacia su tierno cuello.
Sintió como sus colmillos atravesaban la fina piel del humano y como éste gemía entre una sensación de dolor y placer. La cálida sangre penetraba en el interior de Juliette, a grandes sorbos, a causa del acelerado pulso del humano.
Cuando escuchó que el corazón del hombre se detuvo, dejó de beber. Tiró el cadáver al suelo haciendo la misma operación que con su acompañante y observó los dos cuerpos inertes y pálidos como yacían en el suelo, frente a ella.
- Supongo que estarás pensando en cómo deshacerte de esos cuerpos, ¿no?-. Escuchó una voz al final del callejón donde estaba.
Juliette se giró hacia dónde provenía la voz y pudo ver en la oscuridad una silueta alta y corpulenta. El olor no era de humano, sin duda aquel sonido grave de su voz y el halo frio a su alrededor era de un vampiro.
Ignorando a aquel individuo y la pregunta que le había formulado, cogió los dos cuerpos y se los puso a la espalda mientras alzó el vuelo, para dirigirse hacia el rio Arno para deshacerse de los dos cadáveres.
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- Juliette… mi bella Juliette… ¿Has olvidado ya todo lo que teníamos?
- ¡Giovanni! ¡Estoy aquí!-. Grité.
Estaba de nuevo en la misma cama donde había despertado antes. Había vuelto a verlo en mis sueños. Giovanni. Era imposible olvidar todo lo que teníamos, ¿por qué me preguntaba eso? ¿Por qué me martirizaban esas pesadillas?
Me levanté y me vestí. Salí de la habitación cuando me encontré con Lícide.
- Juliette-.
- Hola Lícide… yo… creo que me desmayé… y acabo de despertar en la misma habitación… y por lo que veo, sigo en el mismo sitio-.
- Juliette, han pasado dos semanas des del día en que despertaste. Volviste a caer inconsciente. Estamos todos muy preocupados por ti. ¿Cómo estás?-.
- Mal, muy mal. Me siento débil. Lícide, necesito ir al lugar donde luchamos contra el dios Seth. Necesito ir a buscar a Giovanni-.
- Sigfrid marchó hacía allí, el mismo día que despertaste. Cuando te desmayaste, nos dijo que deseabas ir a aquel lugar para buscar a Giovanni. Así que fue allí junto con Markus-.
- Sigfrid… ¿Dónde está? Necesito hablar con él, quiero saber si ha encontrado algo-.
- Espera Juliette… tienes que saber que no había nada. No encontró nada. Ningún rastro de Giovanni. Pensamos que al amanecer, pudo…-.
- ¡No! ¡No, Lícide! Giovanni está vivo. Lo sé. Lo siento aquí dentro-. Me llevé la mano al pecho, donde latía mi corazón.
- Es inútil que te aferres a algo que te está matando, Juliette. Deberás empezar a asimilar que Giovanni no está. Será lo mejor para ti-.
- No pienso asimilar nada, Lícide. Si no me dices donde está Sigfrid, lo encontraré yo sola-. Me di media vuelta y comencé a caminar, alejándome de allí.
Estuve dando vueltas por la base, pero no había rastro de Sigfrid ni de Markus. Sólo había licántropos por todas partes.
Salí al exterior de la casa, para poder respirar mejor. Toda aquella situación me estaba ahogando eso sin mencionar el fétido olor de chucho. Por suerte el aire fresco de la noche, me devolvió el oxígeno que me había faltado hasta ahora. Aspiré el aroma del bosque. Todo aquel lugar era idílico. Rodeados de árboles, montañas, un río que podía escuchar a lo lejos… Un lugar muy bello si una tuviera ganas de vivir.
Me senté en las escaleras de la entrada cuando escuché a alguien me hablaba.
- Vaya, así que tú debes de ser Juliette ¿no?-. Por el olor supe que era otro licántropo. Ni siquiera me molesté en mirarlo.
- ¿Y a ti que te importa?-.
- Pues no mucho, la verdad. Sólo quería hablar de algo. Aquí me aburro tanto…-.
- Pues ponte a cuatro patas, y sal a correr por las montañas.- Me levanté para adentrarme en el bosque. Estaba claro que hay no había manera de estar a solas. Sentí que me seguía, así que me giré y me encaré con él.
- Mira, no se quien coño eres ni me importa, pero lo que no quiero es que me siga nadie, ¿me entiendes? ¿O te lo digo en el lenguaje de los chuchos?-. Cuando lo tuve frente a mí y lo miré, pude ver que no era un licántropo cualquiera. Era el beta de la manada. Lucian. Casi dos metros de licántropo. Ojos negros, cabello negro. Mirada penetrante. Con una perilla igual de oscura que su cabello. Llevaba una camisa totalmente abierta, que dejaba ver un tatuaje en el centro de su pecho, del rostro de un lobo blanco con los ojos rojos. Una verdadera obra de arte.
- ¡Está bien! Ya me voy. Veo que las chupasangres también tienen el periodo- Se giró y comenzó a caminar de vuelta a la base.
- ¡Por lo menos no tengo que levantar la pata para mear, gilipollas!- le grité.
Continué caminando en dirección al río. Cuando llegué me senté en la orilla y metí mis pies dentro del agua. Estaba totalmente helada, pero agradecí que me hiciera sentir alguna reacción en mi cuerpo.
Por un momento me sentí relajada, hasta que noté una presencia a mi lado. Me giré y vi que junto a mí, una mujer envuelta en una cálida luz, me miraba.
- Hola Juliette-.
- ¿Quién eres?-. Le pregunté. Tenía un rostro angelical, con unos ojos color cereza, que me miraban fijamente. Sus cabellos dorados y brillantes caían en cascada sobre sus hombros.
- Soy Shioban. La Reina de las Hadas. – Una dulce sonrisa asomó en su perfecto rostro.
- ¿Hadas? No pensé que existían. – le dije.
- Eres un vampiro y estás en una base de licántropos, ¿y no crees en las hadas? Muy mal por tu parte ¿no crees?-. Me dijo Shioban.
- A estas alturas, yo ya no creo en nada-. Le contesté.
- Pues deberías creer en el amor que sientes aquí dentro hacia Giovanni.- Me señaló con su dedo índice en el pecho.
- ¿Giovanni? ¿Qué sabes de él? ¿Sabes dónde está?-.
- Por supuesto que sé dónde está. ¿Pero lo sabes tú?-. Me preguntó el hada.
- No, claro que no lo sé. Si no, no te lo hubiera preguntado-. Le respondí de manera borde.
- Vigila tu comportamiento Juliette. No enfades nunca a un hada. Podría volverse en tu contra.- Me dijo alzándose en el aire. – Volveré cuando estés preparada para escuchar la verdad-.
- ¿Qué verdad? ¿Adónde vas? Vuelve por favor, necesito que me digas donde está Giovanni. ¡Por favor! ¡Vuelve!-. Grité pero fue inútil, ya se había desvanecido.
¿Había estado soñando? ¿La Reina de las Hadas? ¿Y de qué verdad me hablaba? Me levanté para dirigirme a la base de nuevo, tenía que encontrar a Sigfrid y sobretodo tenía que preguntarle a Lícide sobre las hadas, seguro que ella me podía dar alguna explicación.
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Una vez que ya se había desecho de los cadáveres, Juliette entró en la Galería degli Uffizi, por una de las ventanas que ella sabía que nunca cerraban.
Había trabajado en aquel lugar durante años. Continuaba sin estar abierto a todo el público, pero aun así albergaba una de las colecciones de arte más admirable y famosa de todo el mundo, la de la Familia Médici.
Aquel lugar le traía demasiados recuerdos, pero por suerte para ella, ahora no sentía absolutamente nada.
Todo estaba en silencio. Paseó sala tras sala, piso sobre piso, hasta llegar a su sala favorita. Allí, delante de su obra favorita, se sentó y durante unos instantes sólo la observó. Captando todo su esplendor, sin pensar en nada más.
Aquel cuadro le daba seguridad. Era lo único que le transmitía tranquilidad; calma; silencio y a la vez la llenaba de pasión; fantasía; romanticismo… Era un lienzo del pintor Sandro Botticelli, su gran pintor florentino. Titulada, El Nacimiento de Venus, era una obra bellísima del Renacimiento italiano. La reencarnación de la belleza absoluta, la diosa Venus.
Juego de formas y colores, sumidas en un dulce paisaje, donde la gran diosa del amor, nacía de las aguas del mar, empujada por los dioses del viento, hacia la orilla, donde la diosa de la Primavera, Flora, la acogía con un manto de flores para tapar su desnudez.
Adentrada en su fantasía fue interrumpida y devuelta a la realidad por el olor de alguien que se le acercaba.
Juliette se levantó en seguida, sacando sus colmillos y preparándose para defenderse. ¿Quién diablos había entrado de noche en aquel edificio? A no ser, que fuera un…
- No es Usted muy difícil de rastrear ¿lo sabía?- le dijo aquel vampiro, manteniendo la distancia que la separaba de ella. Juliette había cometido un gran fallo permitiendo que se le acercara lo suficiente. Había bajado la guardia y eso era algo que no podía permitirse. – Discúlpeme signorina, no pretendía asustarla. Y puede relajarse, no tengo intención de atacarle–.
La voz del vampiro, producía eco en aquel desierto lugar, sin duda era la misma voz que había escuchado hacia tan solo unos minutos en aquel callejón.
Cuando miró detenidamente a aquel individuo, vio la figura de un hombre muy atractivo. Era alto, de cabello ondulado, negro como el carbón. Unos ojos pardos, claros, de igual similitud a la miel recién sacada de una colmena, que la contemplaban con curiosidad. Iba vestido como un verdadero caballero renacentista. Chaqueta larga, pañuelo en el cuello blanco, pantalones de pana, negros y unas botas tan relucientes que podía una mirarse, viendo su reflejo en ellas.
- No me ha asustado. Y no podía haberme atacado, porque le hubiera degollado yo primero. Y ¿Quién demonios es usted? ¿Por qué me está siguiendo?-.
- Vaya, veo que la simpatía es su fuerte. Me gusta.- le dijo sonriéndole aquel vampiro, mostrándole unos dientes perfectamente alineados y tremendamente blancos. - Pero para ser vampira, no he visto que estuviera muy alerta a lo que pasaba a su alrededor. ¿Sabe que podía haberle clavado una estaca por detrás?
- No sabía que tuviera que justificarme por estar distraída en mi mundo-.
- Yo sólo le advierto para que esté más atenta en un futuro-. Le contestó el extraño.
- ¿Y entonces porque no lo ha hecho?-. Le preguntó Juliette.
- ¿No he hecho el qué?-.
- Clavarme la estaca.- Al decir eso, aquel individuo lanzó una sonora carcajada.
- ¿Por qué iba a clavarle una estaca? No tengo nada en contra suya.- Respondió el vampiro. – ¿Supongo que se habrá encargado de aquellos dos pobres humanos, no?-.
- Eso no es de tu incumbencia-.
- Deduzco que eso es un sí. Así que por lo que veo, no soy el único que le gusta pasear por esta Galería. Veo que le gusta esta obra de Botticelli, ¿Srta...?-.
- Le he preguntado yo primero quien es. ¿Y porque me sigue?-.
- Giulio Botticelli, signorina-. Juliette se quedó de piedra al escuchar su apellido – Y vengo cada noche a visitar la Galería, así que no ha sido mi intención seguirle, como cree usted. Es la única hora donde puedo hacerlo sin que nadie me moleste. Supongo que no es un delito ¿no?-.
- ¿Qué ha dicho? ¿Botticelli?-.
- Sí, preciosa. Soy familia del creador de esta obra que tiene delante, para ser más concreto soy su hermano-. Le contestó, haciéndole una sutil reverencia.
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- ¿La Reina de las Hadas? ¿Dices que te ha visitado Shioban?-.
- ¡Por enésima vez, sí! Lícide, por favor, ¿vas a decirme algo más, aparte de repetir todo lo que yo te he dicho?-. Le dije.
- ¡No me lo puedo creer! ¡Por todos los dioses! ¡La reina de las hadas te ha visitado!-. Lícide daba vueltas por el comedor repitiendo todo el rato lo mismo, mientras yo la observaba sentada en el sofá. Le había pedido un ordenador a Adrienne, la hermana gemela del Alfa de los licántropos y estaba consultando “hada” en google. No tenía ni idea de lo que podría encontrar allí, pero seguro que era algo más de lo que la bruja me estaba diciendo.
- Escucha Juliette. Debes de tener mucho cuidado. Las hadas son una mezcla de demonios y ángeles.- Se agachó colocándose delante de mí. - No debes fiarte nunca de ellas, incluida Shioban, ella es la más peligrosa.- Por fin empezaba a largar por esa boquita.
- ¿Porque no debo fiarme? ¿Peligrosa? ¡Lícide, es un hada! Se supone que las hadas son buenas ¿no?-.
- No Juliette. Eso es en las fábulas y en los cuentos. En la vida real no son buenas. Poseen la belleza de los ángeles, pero también la maldad de los demonios. Un hada puede conseguir que bailes hasta morir de cansancio… puede engañarte para que salgas al exterior en pleno día para que te reduzcas a cenizas… e incluso pueden decirte que cojas una estaca y te la claves tu misma, todo eso mientras te muestran su mejor sonrisa… son seres manipuladores-.
- ¡Vaya! No pensé que eran ese tipo de seres diabólicos. De hecho, no creía en ellas hasta que he visto hoy una.- En ese momento Sigfrid entró en el comedor seguido de Markus. Habían ido a alimentarse, fuera del territorio de los licántropos.
- ¡Juliette! ¡Has despertado! ¿Te encuentras mejor?-. Me preguntó acercándose a mí y sentándose a mi lado.
- Sigfrid, necesito que me expliques que has encontrado en Egipto-.
Sigfrid levantó la mirada buscando a Markus y volvió a dirigirla hacia mí.
- No hemos encontrado nada, Juliette. Nada. Allí solo había rastro de la lucha contra los neófitos y el edificio está totalmente destruido. No hemos encontrado ningún rastro de Giovanni. Su cuerpo debió de haberse consumido cuando amaneció, es la única explicación posible-.
- ¡No! Eso es imposible Sigfrid. Yo sigo sintiendo su vínculo. Lo sigo sintiendo, como si estuviera vivo-.
- Juliette, todos lo vimos. No reaccionó con tu sangre. Su cuerpo estaba totalmente vacío. Estaba muerto.- me dijo Markus.
- Pensad lo que queráis, yo sé que está vivo. Además, la reina de las hadas me dijo que siguiera creyendo en lo que sentía por Giovanni, y que cuando estuviera preparada me diría la verdad. Me dijo que ella sí sabía dónde estaba…-.
- ¿La reina de las hadas? ¿Qué cojones dices? ¿Estás desvariando?-. Preguntó Gédéon haciéndonos saber que estaba allí.
- Sí, la reina de las hadas. Me dijo que se llamaba Shioban.- le dije.- y dudo que un hada mienta-.
- No pueden mentirte, pero son especialistas en adornar la verdad. Son capaces de descubrir aquello que más deseas y utilizarlo contra ti. Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, su ayuda siempre irá disfrazada. Nunca te la ofrecerán, sin obtener algo a cambio.- Explicó Lícide mientras todos la observábamos.
- No puedo creer que me estéis diciendo en serio esto de las hadas.- dijo el líder de los licántropos.
- Dudo que Juliette esté mintiendo sobre algo así.- le dijo Sigfrid.
- ¿Tú también? ¡Vamos, venga! ¡Todos sabemos que Giovanni murió allí aquella noche, y ella sigue repitiendo que sigue vivo! Y ¿Ahora tenemos que creernos que ha hablado con un hada?-. Cuando Gédéon terminó de decir la última palabra, yo ya estaba encima de él, sujetándolo del cuello y con la otra mano en su pecho.
- Vuelve a mencionar a Giovanni, y te arranco el corazón.- Los ojos del licántropo se habían vuelto completamente rojos, y me miraban desafiándome, pero no se movió de su sitio.
- ¡Juliette, para por favor!- me pidió Sigfrid.
- Está bien, vampiresa. Prometo no volver a hablar de Giovanni, pero no lo hago por ti, ni porque me des miedo. Lo hago por Sigfrid. ¡Qué te quede claro! ¡Y en cuanto puedas, te quiero fuera de mi base! Ya veo que estás recuperada. Así que no veo porque debes seguir aquí. – Gédéon se levantó arreglándose la camiseta y el pantalón y salió de la sala.
- ¡Te has pasado Juliette! ¡Me cago en la puta! ¿Qué pretendes enfrentándote al Alfa? ¿Quieres que iniciemos una pelea con los licántropos? ¡Estás como una puta cabra!- me gritó Sigfrid.
- Me la trae floja lo que el líder de los licántropos opine, me voy de aquí, y me voy ahora.- Salí del edificio, y alcé el vuelo. Volvería a mi apartamento. No tenía ninguna necesidad de seguir allí ni un minuto más.
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- Aún no tengo el placer de saber su nombre-. Le dijo Giulio a Juliette.
- Juliette Bounarotti-.
- Pues encantado, Signorina Bounarotti. Como el gran maestro Miguel Ángel, ¿no es cierto?-. Tendió su mano hacia la de ella para estrecharla.
- Siento corregirle, pero el gran maestro Miguel Ángel, era Bounarroti, y no Bounarotti como yo, aunque no le culpo, nuestros apellidos son muy parecidos, y no todo el mundo posee tales conocimientos…-. Le dijo mientras veía como el vampiro volvía a poner la mano que ella no le había estrechado, junto a su cuerpo.
- No tiene necesidad de ser tan desagradable conmigo. Yo no le he hecho nada.- le dijo Giulio.
- Tampoco tengo la necesidad de ser agradable con Usted, así que si mejor me voy.- Se levantó para salir por una de las ventanas, pero antes de llegar a hacerlo escuchó como Giulio se dirigía de nuevo a ella.
- ¿Volveré a verla?-. Juliette se giró ante aquella pregunta, y lo miró directamente a los ojos.
- Espero que no-. Con esa tajante contestación Juliette alzó el vuelo desapareciendo en mitad de la noche.
Mientras volaba hacia su escondite, no podía dejar de pensar en aquel extraño que acababa de conocer. Tenía algo que le recordó a Giovanni los primeros días de conocerlo. Era entre un halo de misterio y una sensación bondadosa, como si fuera un depredador mortal pero a la vez mantenía un comportamiento totalmente humano, acompañado por unos exquisitos modales.
En parte deseaba volver a verlo para tener a alguien con quien hablar, alguien que pudiera entenderla por todo lo que estaba pasando, pero luego rechazó la idea en su cabeza, justificando que tener gente a su alrededor solo le produciría daño, y eso era algo que no estaba dispuesta a volver a sentir.
Al llegar al viejo cementerio florentino, descendió y se acercó hacia el pequeño mausoleo donde había habilitado como refugio durante el día.
Abrió la reja de hierro oxidado, y atravesó la entrada. El lugar era frio y oscuro, pero para ella era ideal para cubrirse de los rayos del sol. Movió la gran lapida de piedra que tenía uno de las sepulturas de aquella familia y se metió dentro, donde había vaciado los pocos huesos que quedaban del patriarca.
Con una mano cerró la tapa, quedando en completa penumbra y soledad, y se entregó al descanso eterno, hasta un nuevo anochecer.
Giulio había seguido a lo lejos a aquella joven vampira hasta aquel cementerio. Por sus movimientos y su casi exento instinto de supervivencia, había deducido que tendría poco más de un siglo.
Había podido ver rabia y odio en aquellos maravillosos ojos color ámbar. Se había sentido reflejado en aquel rostro marcado por el dolor y la soledad cuando él había sentido lo mismo. Quería ayudarla y conseguiría que aquella vampira entrara en razón por lo menos para poder escucharlo, si seguía matando de aquella forma, no tardaría el Consejo de Vampiros, en ponerse en contacto con ella y castigarla severamente por su comportamiento animal.
Él intentaría impedirlo, aunque con aquella temperamental criatura no le sería nada fácil.